jueves, 4 de junio de 2015

Bajo el ala



Cuando él confesó que el arma del crimen había sido un borsalino negro, nadie le creyó. Meses antes, ella salió del trabajo sola. Sola comió y asolada leyó la prensa mientras removía un café. Largo y solo. Después vino el golpe al doblar la esquina. Aquel hombre tan joven se levantó, se colocó el sombrero apresurado y le ayudó a levantarse del suelo.
El encontronazo dio lugar a los encuentros. Las bocas enlazadas combatieron el pecho hueco de ella y las habitaciones con monstruos de aquel joven que sólo se quitaba el sombrero cuando se amaban a oscuras. Una noche él entró en el baño y encendió la luz. En su redonda alopecía, ella distinguió dos manchas. Dos alas marrones. Como las que tenía su hijo cuando le parió. Muerto, le dijeron.
-Ponte el sombrero y vete- susurró antes de caer, desplomada, sobre las baldosas grises.

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