El mensaje era claro, conciso, breve y
letal: no insistas, decía. Vete, repetí. Y escuché el primer golpe
sordo. Después un pitido. Vete. Y un gusto metálico en la boca. El
pestillo de la habitación de Paula se cerró. Sonreí. No vuelvas. Y
ya sólo hubo caballos al galope hollando mis costillas, avispas
enjambradas en mis ojos, líneas rojas que se vuelve curvas y se expanden. Como las algas que invaden sin piedad las playas. Eso fue lo último que pensé antes de sentir un tacto
de seda tibia rozando mi cara. Busqué a ciegas. No controlé la
fuerza, agente. Mi madre siempre lo decía: "Hija, nudo
apretado, hombre consquistado" Y él odiaba llevar la corbata
torcida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario