Menos
mal que ya no estás y no puedes
olerme
el miedo tras el embozo
-ya
nadie me besa así antes del sueño-
de
otro día que comienza yermo.
Desgastadas
ya las ganas de que algo
extraordinario
suceda.
Y
no puedes comprobarme así
con
el pelo en la cara
así,
derrotada y sin intención
ninguna
de peinarme. Sin plantarme ante el mundo
con
la cara lavada sin contestar
al
tirano
como
una escopeta.
Con las uñas sucias.
Espero
que no pienses escaparte
de
allá donde transites y aparezcas
espectral
e impávida:
-
¿qué habéis hecho con todo aquello
que
contruí para vosotros? -
Y
te des cuenta de lo frágiles que eran
los
cimientos que sujetaban
tu
casa
de
que que ya nada importa más allá
de
nosotros mismos.
Menos
mal que yo estoy
y
tú solo
en
mi cabeza, en las hordas
de
salvajes que asaltan
mi
pecho cuando te pienso
en
el dedo
torcido,
irreverente y meñique
de
mi mano izquierda.
En
la ajada puerta del paraíso
tras
la que espiabas
“Violeteras”
de provincia.
Que
te van a oir, abuela, que no hay lugar
para
el sueño allá arriba que no vendrá
ese
beso al final. Que está prohibido cantar.
Que
para eso no sirven los palos
de las escobas.